lunes, 20 de octubre de 2008

La Crisis del COLTAN

Això si que es una crisi.....

Los hombres que vienen aquí no deberían tener entrañas». La frase pertenece al «Corazón de las tinieblas», la novela de Joseph Conrad que se utiliza con tanta frecuencia como sinécdoque de África, pero especialmente de uno de sus países donde el sufrimiento ha echado raíces más hondas: la República Democrática del Congo (RDC, el antiguo Zaire de Mobutu Sese Seko). Y sin embargo, la frase describe mejor la codicia de Occidente: en el caso de Conrad, de la finca de esclavos en que convirtió el Congo el rey Leopoldo II de Bélgica. En ese sentido clava la dramaturga catalana Lluïsa Cunillé la frase del escritor polaco que mejor se expresó en inglés al inicio de su obra «Après moi, le déluge» [«Después de mí, el diluvio», que pronunció Mobutu al ver que su reinado de casi 40 años de cleptomanía al servicio de Occidente se hundía], una cala moral que acaso sirva de reveladora prospección en la tiniebla congoleña, donde tantas atrocidades se cometen en nombre de la codicia. No se entiende bien qué ha ocurrido y qué sigue ocurriendo en el este del gigante centroafricano sin el «escándalo mineral» que atesora el subsuelo congoleño y que se ha convertido en una maldición para sus habitantes. Ante la pasividad de una de las mayores misiones de las Naciones Unidas (MONUC), formada por 17.000 hombres, los tambores de guerra vuelven a sonar en la región del lago Kivu, fronteriza con Ruanda y Uganda, dos «actores capitales» de la región de los Grandes Lagos.

«El coltán se ha convertido efectivamente en la principal fuente de la desestabilización de las provincias del este de la RDC (las dos provincias del Kivu y el Ituri), por el afán de las guerrillas locales y de las multinacionales de controlar su explotación y comercialización», dice el congoleño Mbuyi Kabunda, profesor del Instituto Internacional de Derechos Humanos de Estrasburgo y de Relaciones Internacionales y Estudios Africanos de la Universidad Autónoma de Madrid. «Se ha instaurado en la zona una verdadera economía de saqueo máximo controlada por Ruanda, Uganda y las guerrillas locales. Del 60 al 70 por ciento de la producción de este mineral transita por Kigali, en Ruanda. Los ejércitos de ocupación de Ruanda y Uganda se enfrentaron en Kisangani, en agosto de 1999 y abril-mayo de 2000, por el control de la explotación de los yacimientos de diamantes, oro y coltán. Estos dos países se han convertido en los principales exportadores de coltán y de los diamantes saqueados en la RDC. Por lo tanto, estos países directamente, o por guerrillas interpuestas, tienen interés en la desestabilización del este de la RDC donde intervienen constantemente desde 1998, bajo el pretexto de luchar contra sus movimientos de guerrilla respectivos que actúan a partir del territorio congoleño, pero en realidad para saquear los recursos naturales de la RDC y financiar sus economías o para el enriquecimiento personal de las elites de estos países (políticos y altos cargos militares). El balance del coste humano de estas prácticas es escalofriante: más de 4 millones de muertos, víctimas de represalias, asesinatos, atrocidades, desplazamientos, violaciones..., en los dos Kivu y en el Ituri».

En el mismo sentido se manifiesta el ex cooperante en la zona y estudioso de los Grandes Lagos Ramón Arozarena: «El papel del coltán (también el oro y casiterita) es fundamental en la desestabilización del este por parte de los diferentes grupos armados de hutus, tutsis y maï-maï, entre otros. Es evidente, sin embrago, que el gran desestabilizador de la zona es el general Laurent Nkunda, a quien todas las informaciones apuntan como agente de los intereses económicos y estratégicos de Ruanda en la región. Cuando las milicias de Nkunda están débiles, reciben un refuerzo de Ruanda. De esta manera pueden mantener al escaso y mal preparado ejército congoleño distraído con Nkunda mientras diferentes grupos armados pueden seguir teniendo el control de otras zonas de minas y sacar todo ello por Ruanda a precio de saldo. El Gobierno ruandés se encarga de transferir los minerales por el mercado negro y obtener con ello suculentas ganancias para los dirigentes. Las multinacionales obtienen los minerales por debajo del precio de mercado».

Liberar «todo el Congo»

El general Nkunda, que se autoproclama máximo protector de los banyamulenges (tutsis instalados en el este congoleño desde antes de la colonización belga), acaba de ampliar el calibre de su reto: ya no se limita a defender los derechos de «su» pueblo, sino que, como hicieran en su día Ruanda y Uganda, que llevaron en andas a Laurent Kabila (el padre del actual presidente) hasta el «trono» de Kinshasa, y acabaron con el régimen de Mobutu, ahora dice que su objetivo es «liberar» todo el Congo. Como consecuencia de sus enfrentamientos con el ejército en Kivu Norte, «cientos de miles de personas se han visto forzadas a huir de sus casas desde que se reanudó la guerra a finales de agosto y viven con miedo, sin medios para cubrir sus necesidades básicas», manifestó Médicos sin Fronteras el pasado 6 de octubre. «Estábamos asistiendo a unos 250.000 desplazados en Nyanzale y Kabizo. No sabemos adonde han huido en las últimas semanas», asegura Anne Taylor, coordinadora general de MSF en Goma.

MSF critica la pasividad internacional. «A pesar de que actualmente está desplegada en RDC una de las fuerzas de paz más grandes del mundo, la MONUC no está siendo capaz de cumplir su mandato de protección de la población civil en Kivu Norte». Arozarena es mucho más explícito: La presencia de la MONUC «no ha servido para garantizar el fin de la explotación ruandesa y ugandesa de los recursos mineros del Congo. No me atrevo a dar un juicio definitivo sobre la MONUC, pero parece increíble que 17.000 soldados no sean capaces de desempeñar una función estabilizadora en la región. Lo que me lleva a pensar a veces en que su ineficacia esté de algún modo buscada; esto es, que existan intereses ocultos en mantener un «statu quo» de inestabilidad, como muchos congoleños afirman. Por un lado, me cuesta admitir semejante cosa, por otro, los hechos lo confirmarían».

En esa sospecha (y en los intereses mineros occidentales) hace hincapié Kabunda: «Lo cierto es que la MONUC no dispone ni de la capacidad ni de la voluntad de mantener la paz o de imponerla en el Kivu, donde desde 1996 perviven en la zona bandas armadas y la cultura de la violencia de los beligerantes, decididos a seguir con sus actividades de saqueo. La MONUC nunca ha apostado por el uso de la fuerza para desarmar o acabar con las milicias armadas, utilizadas en el saqueo del coltán». «

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